lunes, 19 de mayo de 2008

M con A: MA

Osly Hernández


Reflexionando sobre mi vida como «educada», comencé a rememorar los métodos de enseñanza que utilizaron las distintas personas que intervinieron en mi formación, con el fin de identificar cuáles han sido más efectivos, pues evidentemente hubo contenidos que aprendí con mayor facilidad y otros que JAMÁS, por más que traté, entendí.

Pensando en los primeros, vino a mi mente un sinfín de juegos, canciones, conversaciones con mi abuela, mis tías, maestras, que convirtieron la Jaula de clase en un campo de batalla cuando hablaban de historia o en un jardín cuando hablaban de ciencias naturales. No había nada más divertido que los paseos al parque a sembrar y en el proceso nos explicaban:

— Las partes de las plantas son: raíz, tallo, hoja y flor…- Y nosotras tocábamos cada parte, la sentíamos a cada voz.

Recordé el disco de Enrique y Ana –heredado de mis primas- con la tabla de multiplicar y los versos graciosos de mi abuela para enseñarme a acentuar:

— En la aguda acento pon, que por letra última tiene, terminadas en vocal o consonantes «s» o «n»: camión.
— canción.
— tapón… - Y así hasta agotar la imaginación o equivocarnos.

¡Qué fácil y creadora es la educación cuando su práctica, método y lógica responde al más profundo sentimiento humano: el amor!

Por otra parte, también vino a mí aquello que me costó aprender, bajo la imagen de una maestra a lo «Charli Braun» que sólo leía, regañaba, gritaba, raspaba y demás «abas» de las que no me quedó NADA (valga la rima improvisada). Salió al ruedo aquel profesor viejo, de tono bajo que casi nadie podía escuchar, repitiendo las mil fórmulas de matemática, física y química. También aquella señora que leía la historia como aeromoza –con el perdón de las jóvenes que surcan los cielos-: lineal, sin ninguna emoción.

Lo peor fue darme cuenta de que las experiencias gratas, a pesar de ser las más efectivas, fueron las excepcionales. Que a pesar de jamás olvidar aquel contenido que incitó a la discusión, a investigar desde la curiosidad, que surgió desde el juego o la contradicción, conseguirlos en mi memoria fue casi como hallar un tesoro, empolvado, pero oportuno y además feliz.

Y me pregunto yo: ¿Qué está pasando, pues, con esta educación que en su método deja de lado lo que realmente permite aprender? ¿Qué interés hay detrás de convertir el acto educativo en una tortura china de estrés, competencia, frustración… y no en un acto divertido, creador, liberador? ¿Será que si nos regañan mucho nos acostumbramos a obedecer –cual perrito de Pavlov- y así cuando crecemos no nos atrevamos a cuestionar nada? ¿Será que si nos dicen brut@s cada vez que planteamos algo distinto a lo que dice el profe, nos lo terminamos creyendo? ¿Qué pasaría si todas y tod@s somos educad@s bajo un samán, reflexionando desde la realidad concreta, aprendiendo haciendo? ¿Es que no fue esa educación la que formó al Libertador de nuestra Patria? ¿Qué si eso pasa…?

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